Cuando una madre fallece, los sentimientos primarios resurgen; es muy diferente a otras pérdidas. El vínculo con una madre es único.
Cuando se vive una pérdida experimentamos un profundo dolor, un sufrimiento tal, que a veces, es autodestructivo.
En la vida vivimos desde dos polos, dos pulsiones, vida y muerte, no existe otra forma para estar en el mundo.
En el dolor me acompañan pensamientos, sentimientos y conductas que me conducen al sufrimiento, llevándome a un lugar donde la pulsión hacia la autodestrucción está más presente que nunca como una forma de melancolía que me vincula y me une con la persona o situación que ya no esta más aquí.
Entonces pienso inconscientemente que este sentimiento melancólico lleno de sufrimiento es lo único vivo y real que me queda de la persona o situación que perdí.
Nada más alejado de la realidad, pues ahora más que nunca la presencia en la ausencia se sitúa en el presente. Entonces comienzo a vivir un nuevo vínculo, una relación desde mi historia, llena de recuerdos y de momentos únicos.
Esta historia con mi ser querido o con esta situación especial que perdí me llena de fuerza y amor para seguir caminando en la vida.
Necesitamos replantearnos y examinar nuestras creencias y pensamientos acerca de lo que entendemos por finitud.
Es verdad, la muerte es una realidad de la existencia, somos seres finitos, sin embargo, esta realidad paradójicamente nos conecta intensamente con la vida, con esta pulsión de vida; ya que al ser conscientes y darnos cuenta que tenemos un fin en este plano terrenal, nos impulsa a hacer, como una reafirmación de la existencia de mi ser en el mundo.
Ese proceso que inevitablemente vivimos después de una pérdida lo llamamos duelo, que quiere decir atravesar y experimentar el dolor.
A veces pensamos que después de una pérdida, lo único veraz y real que nos queda es este sufrimiento, este recuerdo envuelto por un presente que no está más, un pasado que no volverá a repetirse y un futuro incierto lleno de ausencia.
La vida cambió y no volverá a ser la misma, ahora lo único que queda es este dolor. Este sufrimiento que me une al pasado, al presente y al futuro.
De mi, para mi. ¿Qué pasaría si lo suelto, si un día me despierto y el dolor no está más presente, al menos no con la misma intensidad que ayer?
La pérdida es un soltar, abrir tu mano lentamente para dejar ir, sin embargo, necesito volver a empezar, reconectar nuevamente con las ganas de vivir a pesar de lo que no puedo cambiar.
Para esto necesito colocar algo nuevo en el camino, volver a cerrar mi mano con algo diferente que me vincule desde otro lugar con mi ser querido, con esa situación de vida que ahora ya es diferente.
La conexión con la vida significa estar dispuesto a honrar mi destino y el destino de los demás, para así recuperar mi dignidad y darle la dignidad que merecen los demás con sus historias de vida.
El evento que viví, es perfecto, así tal cual fue, nada tendría que ser diferente.
El mirar mi realidad con absoluta humildad, desde el lugar que me corresponde en la vida, me coloca en un lugar donde puedo empezar a soltar poco a poco para así ir tomando de nuevo la energía de la vida, construyendo nuevas creencias y pensamientos que sean capaces de contenerme y edificar un nuevo vínculo de fuerza para quedarme en la vida, para así trascender al igual que mi ser querido y mi circunstancia de vida.
Para mirar diferente esta realidad es necesario formularnos pensamientos nuevos y diferentes; empezar a mirar es poner una intención a mi pensamiento, a mi creencia; poner mi atención a lo que me reconstruye y conecta con algo nuevo, un comienzo diferente, una nueva forma de relacionarme con mi historia, con mi ser querido, con la muerte que no es, sino el principio de un nuevo despertar.